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No da síntomas: no produce dolor ni nos avisa con ninguna otra molestia física. Sin embargo, es uno de los factores de riesgo cardiovascular más peligrosos. Por eso se la conoce como “la amenaza silenciosa”. Nos referimos a la hipertensión arterial –tensión arterial elevada–, una enfermedad que, según datos de la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología (SEGG), afecta a más de diez millones de adultos en España. En concreto, la padecen más del 68% de los mayores de 60 años. Sin embargo, la mayoría la tiene descontrolada.
Cada vez que el corazón late, bombea sangre a las arterias con una determinada fuerza, que es la tensión. Si esta presión es muy elevada (hipertensión), las arterias están soportando más presión de la que pueden soportar, y por este motivo hay un elevado riesgo de accidente cardio o cerebrovascular: ictus, insuficiencia cardíaca, infarto de miocardio, aneurismas (dilataciones anormales en las arterias), e incluso puede haber daños renales.
La hipertensión puede tener un origen hereditario o estar motivada por un estilo de vida poco saludable (estrés, tabaco, excesivo de alcohol…), y a menudo coexiste con otros factores de riesgo cardiovascular, como colesterol elevado, diabetes u obesidad.
En el médico y en casa
Al no avisar con síntomas, es esencial que controlemos la hipertensión arterial mediante mediciones periódicas para detectar una posible subida y prevenir sus consecuencias. En el caso de las personas con hipertensión crónica diagnosticada o que han tenido algún episodio de tensión elevada en algún momento de su vida –durante los embarazos, por ejemplo– deben medirse la tensión como hábito cotidiano.
No es suficiente tomársela en las visitas médicas, sino que además es necesario llevar un seguimiento, midiéndola a menudo en casa o en una farmacia, para comprobar si se mantiene estable en las cifras saludables (por debajo de 14/9).
Gánale la batalla
Una vez diagnosticada la hipertensión, es importante identificar sus causas, comprobar si han están afectados diferentes órganos y comprobar si hay factores de riesgo cardiovascular añadidos. Para ello, el médico realiza un examen físico, un electrocardiograma y análisis de sangre y orina. A veces se realiza también un ecocardiograma.
Para conseguir que la tensión vuelva a los rangos normales, en muchos casos es suficiente con seguir un estilo de vida sano: dejar de fumar, controlar el peso, hacer ejercicio a diario, reducir la sal y grasas, tomar más fibra y moderar el alcohol. Sólo cuando la tensión no se controla de esta forma es necesario un tratamiento con medicamentos.
Cómo tomarse bien la tensión
La Sociedad Española de Geriatría y Gerontología recomienda:
- No fumar, hacer ejercicio físico o beber café justo antes de tomarse la tensión para que no aparezcan cifras temporalmente elevadas.
- Sentarse y descansar al menos cinco minutos antes de realizar la medición.
- Tomarse la tensión siempre a la misma hora: el mejor momento es en las primeras horas de la mañana, cuando se suelen presentar los niveles más altos.
- Colocar el brazo siempre en posición horizontal a la altura del corazón, apoyándolo en una mesa o el brazo del sillón.
- Colocar el manguito alrededor del brazo, entre el hombro y el codo. Mantener las piernas ligeramente abiertas. No hablar ni moverse durante la medición.
- Medir siempre la tensión en ambos brazos y apuntar la cifra más elevada. El diagnóstico definitivo de hipertensión se basa en, al menos, tres mediciones de tensión arterial tomadas en dos ocasiones diferentes.
- Realizar otra medición cinco minutos después de la primera.
Se considera la tensión arterial elevada cuando la tensión sistólica (máxima) es mayor de 140 y la diastólica (mínima) es mayor de 90; es decir, cuando la tensión es superior a 14/9.