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Contra la hipertensión… Objetivo, cero sal

La tensión arterial elevada o hipertensión está detrás de la mitad de los fallecimientos por accidentes cerebrovasculares y cardiopatías, la primera causa de enfermedad y mortalidad en los países desarrollados.


En esas regiones, su diagnóstico y tratamiento ha hecho posible que, en los últimos años, haya disminuido de forma significativa el número de personas aquejadas por esta enfermedad, y los tratamientos actuales han contribuido a reducir la mortalidad por cardiopatías. Así, en 1980, el 31 por ciento de los adultos americanos, según la OMS, padecía hipertensión. En 2014, ese porcentaje había descendido al 18 por ciento.

Ataca a los países más pobres

No ocurre lo mismo en los países con rentas per cápita más bajas. En muchas zonas de África se estima que más del 30 por ciento de los adultos sufre hipertensión, y esa proporción va en aumento. En ese continente, además, los valores medios de la tensión arterial estaban por encima de la media mundial. En los países en desarrollo, muchas personas desconocen que son hipertensas y, por tanto, no siguen un tratamiento antihipertensivo adecuado. Diagnosticar, tratar y controlar la hipertensión es, por lo tanto, una prioridad sanitaria mundial.

¿Qué es la hipertensión?

La tensión arterial es la fuerza ejercida contra las paredes de las arterias por la sangre que el corazón bombea hacia el organismo. Cuando hablamos de hipertensión, estamos refiriéndonos a una presión arterial alta, es decir, que sobre las paredes de las arterias se ejerce una gran fuerza que puede llegar a dañarlas. Cuanto más alta es la tensión, más esfuerzo tiene que hacer el corazón para bombear sangre. Las lecturas de la presión arterial vienen expresadas a través de dos dígitos: el primero muestra la presión arterial sistólica (presión máxima que ejerce la sangre eyectada por el corazón cuando este se contrae); y el segundo, la presión arterial diastólica, es el valor mínimo en el momento en el que el corazón está relajado. La unidad de medida es mmHg, es decir, milímetros de mercurio.

¿Cuándo se es hipertenso?

La presión arterial de una persona es normal cuando es igual o inferior a 120/80 mmHg, y es alta (en ese caso hablamos de hipertensión) cuando es de 140/90 mmHg o superior. Cuando una persona tiene problemas cardiacos o renales, o ha padecido un accidente cerebrovascular (lo que normalmente denominamos ictus), es posible que el médico le recomiende que su presión esté en niveles inferiores, idealmente en 115/75 mmHg o menos.

La hipertensión eleva el riesgo de sufrir ictus, insuficiencia cardiaca o, incluso muerte prematura.

¿Qué eleva la tensión?

Los factores son diversos: un exceso de sal y líquidos en el organismo, el estado funcional de nuestros riñones, de nuestro sistema nervioso, de nuestro nivel hormonal, de la afectación de los vasos sanguíneos, de nuestro nivel de colesterol en sangre o de los antecedentes familiares. La edad es también un factor de riesgo. A medida que nos hacemos mayores, la presión suele aumentar por la simple razón de que los vasos sanguíneos se vuelven más rígidos. Con ello, aumentan también las probabilidades de sufrir accidentes cerebrovasculares, ataques cardiacos, insuficiencia cardiaca, enfermedad renal o, incluso, muerte prematura.

Factores de riesgo

Además de la edad, la diabetes, el colesterol alto y los antecedentes familiares, existen otros factores de riesgo de hipertensión sobre los que sí podemos operar, como el estrés, la obesidad, la ingestión de alcohol, una dieta poco saludable, el sedentarismo, el abuso de sal en la dieta y el tabaquismo. El tabaco es un factor importante, y todo hipertenso debería dejar este hábito. Como afirma el doctor Julián Segura, presidente de la Sociedad Española de Hipertensión (seh-lelha), «cuando hablamos de los factores de riesgo cardiovascular, uno más unos generalmente suelen ser más de dos; es decir, cuantos más factores se acumulen, peor. Y en este sentido, que los fumadores abandonen el hábito del tabaco es clave, ya que la diferencia entre un hipertenso fumador y otro que no fuma es tremenda».

Control médico y en casa: Quienes tienen habitualmente una presión arterial alta deben revisársela, al menos, una vez al año y disponer de un tensiómetro casero para hacer mediciones rutinarias. En realidad, todos los adultos deberían medirse la presión arterial periódicamente. Lo más peligroso de este trastorno es que las personas con hipertensión, en sus fases iniciales, no suelen mostrar síntomas. Por esta razón, se conoce a la hipertensión como el «asesino silencioso». En ocasiones, una elevada presión arterial puede provocar dolores de cabeza, dificultad respiratoria, vértigos, dolor torácico, palpitaciones y hemorragias nasales, pero no siempre. Cambiar el estilo de vida es, en muchas ocasiones, suficiente para mantener bajo control la presión arterial.

Cada kilo cuenta: El peso corporal incide también en nuestra presión arterial. Por cada kilo de peso que se pierde, se reduce la tensión arterial, tanto máxima como mínima, en un mmHg. Controlar nuestro estrés de forma saludable, mediante la meditación, el ejercicio físico moderado y las relaciones sociales enriquecedoras, también contribuye a mantener la tensión en unos niveles normales. Para mantener bajo un buen control la presión arterial es imprescindible promover un modo de vida saludable, haciendo hincapié en la necesidad de que niños y jóvenes aprendan a alimentarse de forma sana y adecuada. Ello incluye la ingesta de cinco porciones de fruta y verdura al día, la reducción de grasas (especialmente las saturadas y eliminando en lo posible de la dieta las grasas trans) y la disminución de la sal que acompaña a los alimentos. En definitiva, dieta mediterránea, ejercicio moderado y vida relajada son el abecé de la lucha contra la hipertensión.

Abandona el tabaco:  Es el principal enemigo que hay que combatir. De hecho, según apuntan desde la Sociedad Española de Cardiología (SEC), dejar de fumar tiene más beneficios para la hipertensión que cualquier medicamento, ya que al poco de dejar el hábito los niveles de presión arterial mejoran radicalmente. Los casos de arterioesclerosis entre fumadores son muy comunes, y el tabaco también favorece la aparición de fenómenos trombóticos, produce disfunción endotelial y modifica el perfil lipídico, reduciendo el colesterol bueno y aumentando el colesterol malo. Todo eso hace que en los fumadores el riesgo de sufrir un accidente cardiovascular sea hasta tres veces superior.

El alcohol, ni catarlo: El alcohol aumenta la presión arterial. El mecanismo exacto por el que esto ocurre no es bien conocido aún, pero se cree que este precipita la liberación de la hormona adrenalina, que contrae los vasos sanguíneos. Sea como fuere, lo que es seguro es que reducir el consumo de alcohol disminuye la presión arterial. Y si es hipertenso, vigile mucho el concepto de "consumo moderado": para alguien con la presión alta, el único consumo moderado es no probar ni una gota.

Practica deporte: Al realizar ejercicio físico se produce un bombeo de sangre hacia los músculos que los hace más eficientes, por lo que el corazón no se ve obligado a bombear con tanta fuerza. El deporte, sea el que sea, también dilata los vasos sanguíneos, por lo que al tener un mayor diámetro la presión es menor. Los deportes de resistencia son los más recomendables para reducir la hipertensión arterial, pero han de practicarse de forma regular y continua; es decir, más de tres veces a la semana durante una hora y sin parar bruscamente.

Adelgaza: La incidencia de la hipertensión en las personas obesas es de dos a tres veces superior que entre las que tienen un peso normal. Pero la buena noticia es que perder peso es mucho más efectivo para rebajar la tensión arterial que cualquier otra medida antihipertensiva que uno pueda desarrollar. Perder diez kilos hace que la tensión sistólica (la alta) baje cerca de dos puntos; por ejemplo, de 140 a 120 mmhg. El mecanismo fisiopatológico que relaciona peso y presión sanguínea es aún desconocido (de hecho, no se sabe a ciencia cierta cuál es el la hipertensión), pero sí se sabe que el peso es uno de los factores que aumenta la presión sanguínea en el 95 por ciento de los casos.

El colesterol, a raya: Esta sustancia grasa, al acumularse en las arterias, impide la normal circulación del flujo sanguíneo, lo que puede propiciar la aparición de hipertensión. De hecho, la población hipertensa suele presentar niveles más elevados de colesterol LDL (el "malo") y menores de HDL (el "bueno") que la población con cifras normales de presión arterial. Una dieta baja en grasas saturadas, rica en fibra y ácidos grasos insaturados sodio, actividad física regular y el control periódico con el médico deben ser normas obligatorias para reducir las cifras de colesterol.

 

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